Parece que va a llover es el nombre de la tienda que tiene Sara
Milan en Bourmouth. No tiene nada normal en ella, en la tienda, me refiero.
Nada de lo que vende es necesario, ni útil ni siquiera hermoso. Y sin embargo
la tienda se llena todas las tardes de un montón de mujeres que van y vienen
con sus hijos, con sus perros o consigo mismas. La campana de la puerta
repiquetea incesante mientras Sara les
da la bienvenida una por una. Enseguida se crea una especie de algarabía
infantil, un bullicio menudo que va y viene con las conversaciones, saludos y
sonrisas en las que se entretienen, unas con otras y otras con unas, al tiempo que descubren las
nuevas adquisiciones que ha hecho Sara. Compran todas, todas salen con un
paquetito en las manos. Cosas del tipo: una bolsa de caracolas chinas, un
pincel arcoíris, dos relojes sin agujas, un medidor de arena, figuritas de
papel, botellas de agua de lluvia, cajas para guardar deseos, etc. El mes
pasado tuvo una colección de cuadernos ya escritos. Unos eran de cuentas y
problemas, otros de comentarios de texto de un adolescente con una letra
ilegible, “pa matarlo” pero la mayoría eran listas de la compra. Estos últimos
cuadernos fueron los que se acabaron
antes. De las cosas más raras que yo he visto y que se agotaron también a una
velocidad de vértigo fueron las infusiones de te extraterrestre.
No se confundan, Sara es una
chica normal. Come, duerme y sueña como cualquiera. Que tiene una personalidad afable? Pues si, como mucha
gente. Que es una excelente persona? Pues si como una minoría de gente. Yo
tampoco lo entendía y un día no lo pude soportar más y se lo pregunté.
-
Colín, no uses ese lenguaje en mi tienda- me
respondió con una sonrisa mientras cerraba la jaula- Te dejo suelto llenando
todo de escamas y babas a cambio de que cierres el pico y no asustes a todo el
mundo. Y no me gruñas que te acabo de poner tu pienso de dragón preferido.
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